A pesar de haber nacido en cuna de oro, su destino poco después sería otro. A los cinco años de edad, Estuardo vio cara a cara a la pobreza. Su querido Contumazá, tierra que lo vio nacer, tuvo también que verlo sufrir a tan corta edad.
Estuardo habla con precisión y sin miedo. Su cuerpo tiene moretones generados por la acumulación de sangre por venas reventadas. Tiene la fuerza de un toro y aunque su corazón le juega una mala pasada, esta mañana se siente fuerte, tiene mucha energía, regala más de una sonrisa, olvidando así por un momento su delicado mal.
Recuerda que trabajó duro y parejo por muchos años, sus padres habían dejado de existir cuando él apenas despertaba a la vida, cada uno de sus hermanos tomó rumbos diferentes. A sus cortos 20 años conoció a Martha con quien tuvo su primer hijo al que le llamaron Carlos, con el paso de los años uno a uno vinieron llegando los hijos a la familia Alva Angulo.
Estuardo y Martha viajaron a Trujillo, donde compraron un terreno para construir su hogar, ésta fue la época más dura de su vida. Con nueve hijos a su cargo, Estuardo empieza a trabajar como vigilante en la Universidad Nacional de Trujillo. Al poco tiempo por cambio de personal, fue retirado de su trabajo, no perdió las esperanzas, su familia le daba el impulso para seguir adelante. Consiguió trabajo en Salaverry, el cual le daría más beneficios pero también sacrificios, ya que tenía que caminar todos los días desde Trujillo hasta Salaverry, sus zapatos se desgastaban pero no era momento para gastar en un zapato nuevo, ya que sus hijos necesitaban comer.
“Era triste ver que llegaran los cumpleaños y navidades y no tener que darles a mis hijos, veía como sus ojitos inocentes se llenaban de lágrimas, nunca me reprocharon nada, todo lo que vivimos les sirvió, porque ahora son mujeres y hombres de bien”, comenta Estuardo.
Martha se vio obligada por las circunstancias a trabajar como sirvienta en casa de una señora que llegó a ser madrina de José Luis, uno de los hijos de Martha y Estuardo. Las vivencias en ese hogar, dieron gratos momentos, no sólo a José Luis sino a cada uno de sus hijos. Sin embargo, la solidaridad rara vez suele ser suficiente. Esta no llena los platos a diario en una mesa.
“Nosotros pasamos la parte más dura de la pobreza, porque como adulto uno puede aguantar el hambre, pero cómo decirle a un niño que no hay comida y darle agua para que se le pase el hambre. Tuve apoyo, mi comadre que era mi patrona, me regalaba frutita y ropita para mis hijos. Era tan hermoso ver la alegría y la emoción con la que recibían sus cositas”, indica Martha Angulo.
Cuando Estuardo viaja a Tarapoto en busca de su hermano Carlos y de un trabajo que le ayude a salir de la situación crítica que pasaba, rompió su corazón en dos, dejando a los seres que más amaba. Sus primeros meses en la selva fueron fructíferos, pero después mala fue su suerte, cuando montado en una moto su pie se fundió con la cadena y así fue que casi pierde todo el talón. Estuvo postrado por tres meses en el hospital y los siguientes en casa de su hermano, tiempo en el que no pudo enviar ni un sol a su familia. Maldecía la hora de haber viajado, pues en ese momento sus seres queridos estaban a la deriva.
Cuando pudo recuperarse, empezó a ayudar en trabajo de construcción, pero el pie empezó a drenar, fue ahí cuando su jefe y amigo colaboró con su pasaje para que regrese con su familia. Durante el viaje el sangrado era alarmante, llegó a Trujillo con fiebres y sin posibilidad de hacer nada, sólo ser operado. Fue así que la mala racha seguía en la casa Alva Angulo.
Poco a poco Estuardo se fue recuperando, éste proceso fue muy lento, pero lo que le daba fortaleza era el amor de sus hijos y el apoyo de su esposa.
Meses después buscó trabajo, todos eran eventuales, algunas veces trabajaba de carpintero, otras de ayudante de construcción, pero siempre había algo que llevar a casa. Los almuerzos dependían de la creatividad de Martha, la ausencia de la carne se hacía notar, pero siempre los niños llenaban la barriga.
Tuvieron que hacer malabares y conseguírselas para sobrevivir en aquel cuarto que simulaban volver casa. Es en esa casa que sus hijos pasaron hambre, tristezas, alegrías y decepciones. Dos de sus hijas fueron engañadas y abandonadas por sus parejas, quedando así como madres solteras. Estuardo tuvo que acogerlas y brindarles todo su apoyo. Ahora sus hijas son madres abnegadas y sacrificadas que trabajan casi todo el día, siendo padre y madre para sus hijos.
Es así que Estuardo con esfuerzo y trabajo, poco a poco empezó a salir adelante, las cosas mejoraron, tuvo que abtenerse en algunas cosas para lograr otras, pero valió la pena, porque poco a poco iban despidiéndose de la pobreza.
Aquel cuartito en el que hacían espacio para que todos puedan dormir cómodos y calientitos, ahora es una casa de cuatro pisos, con nueve hijos profesionales que brindan a Estuardo y Martha alegrías y bendiciones trayendo al mundo nietos y bisnietos.
La multiplicidad que se está dando en la familia de Estuardo, se refleja también en su estabilidad económica, es ahora cuando puede disponer sin privarse de nada.
Las ollas del hogar son inmensas y por eso que día a día con cada invitado que llega a la acogedora casa, siempre un plato en la mesa lo espera como bienvenida, y es que donde comen cinco comen seis.