sábado, 16 de mayo de 2009

Cara a cara con la pobreza

Está feliz de ya no pasar hambre. Es domingo y se celebra el Día de la Madre, en casa de Estuardo se ha preparado pachamanca, sus hijos, nietos y bisnietos están presentes, los invitados cada vez son más y la comida no se acaba, parece que hubieran cocinado para un batallón, ¿Cómo imaginar un pan repartido entre nueve hijos?.

Estuardo Alva Vigo tiene 73 años. Viste un polo beige y un pantalón de vestir desgastado, su chompa verde petróleo resalta el brillo de sus ojos marrones claros. Con lucidez recuerda desde cuándo su vida se ha vuelto tranquila. El paso de los años le tintaron de gris el pensamiento.


A pesar de haber nacido en cuna de oro, su destino poco después sería otro. A los cinco años de edad, Estuardo vio cara a cara a la pobreza. Su querido Contumazá, tierra que lo vio nacer, tuvo también que verlo sufrir a tan corta edad.

Estuardo habla con precisión y sin miedo. Su cuerpo tiene moretones generados por la acumulación de sangre por venas reventadas. Tiene la fuerza de un toro y aunque su corazón le juega una mala pasada, esta mañana se siente fuerte, tiene mucha energía, regala más de una sonrisa, olvidando así por un momento su delicado mal.

Recuerda que trabajó duro y parejo por muchos años, sus padres habían dejado de existir cuando él apenas despertaba a la vida, cada uno de sus hermanos tomó rumbos diferentes. A sus cortos 20 años conoció a Martha con quien tuvo su primer hijo al que le llamaron Carlos, con el paso de los años uno a uno vinieron llegando los hijos a la familia Alva Angulo.

Estuardo y Martha viajaron a Trujillo, donde compraron un terreno para construir su hogar, ésta fue la época más dura de su vida. Con nueve hijos a su cargo, Estuardo empieza a trabajar como vigilante en la Universidad Nacional de Trujillo. Al poco tiempo por cambio de personal, fue retirado de su trabajo, no perdió las esperanzas, su familia le daba el impulso para seguir adelante. Consiguió trabajo en Salaverry, el cual le daría más beneficios pero también sacrificios, ya que tenía que caminar todos los días desde Trujillo hasta Salaverry, sus zapatos se desgastaban pero no era momento para gastar en un zapato nuevo, ya que sus hijos necesitaban comer.

“Era triste ver que llegaran los cumpleaños y navidades y no tener que darles a mis hijos, veía como sus ojitos inocentes se llenaban de lágrimas, nunca me reprocharon nada, todo lo que vivimos les sirvió, porque ahora son mujeres y hombres de bien”, comenta Estuardo.

Martha se vio obligada por las circunstancias a trabajar como sirvienta en casa de una señora que llegó a ser madrina de José Luis, uno de los hijos de Martha y Estuardo. Las vivencias en ese hogar, dieron gratos momentos, no sólo a José Luis sino a cada uno de sus hijos. Sin embargo, la solidaridad rara vez suele ser suficiente. Esta no llena los platos a diario en una mesa.

“Nosotros pasamos la parte más dura de la pobreza, porque como adulto uno puede aguantar el hambre, pero cómo decirle a un niño que no hay comida y darle agua para que se le pase el hambre. Tuve apoyo, mi comadre que era mi patrona, me regalaba frutita y ropita para mis hijos. Era tan hermoso ver la alegría y la emoción con la que recibían sus cositas”, indica Martha Angulo.

Cuando Estuardo viaja a Tarapoto en busca de su hermano Carlos y de un trabajo que le ayude a salir de la situación crítica que pasaba, rompió su corazón en dos, dejando a los seres que más amaba. Sus primeros meses en la selva fueron fructíferos, pero después mala fue su suerte, cuando montado en una moto su pie se fundió con la cadena y así fue que casi pierde todo el talón. Estuvo postrado por tres meses en el hospital y los siguientes en casa de su hermano, tiempo en el que no pudo enviar ni un sol a su familia. Maldecía la hora de haber viajado, pues en ese momento sus seres queridos estaban a la deriva.

Cuando pudo recuperarse, empezó a ayudar en trabajo de construcción, pero el pie empezó a drenar, fue ahí cuando su jefe y amigo colaboró con su pasaje para que regrese con su familia. Durante el viaje el sangrado era alarmante, llegó a Trujillo con fiebres y sin posibilidad de hacer nada, sólo ser operado. Fue así que la mala racha seguía en la casa Alva Angulo.

Poco a poco Estuardo se fue recuperando, éste proceso fue muy lento, pero lo que le daba fortaleza era el amor de sus hijos y el apoyo de su esposa.

Meses después buscó trabajo, todos eran eventuales, algunas veces trabajaba de carpintero, otras de ayudante de construcción, pero siempre había algo que llevar a casa. Los almuerzos dependían de la creatividad de Martha, la ausencia de la carne se hacía notar, pero siempre los niños llenaban la barriga.

Tuvieron que hacer malabares y conseguírselas para sobrevivir en aquel cuarto que simulaban volver casa. Es en esa casa que sus hijos pasaron hambre, tristezas, alegrías y decepciones. Dos de sus hijas fueron engañadas y abandonadas por sus parejas, quedando así como madres solteras. Estuardo tuvo que acogerlas y brindarles todo su apoyo. Ahora sus hijas son madres abnegadas y sacrificadas que trabajan casi todo el día, siendo padre y madre para sus hijos.

Es así que Estuardo con esfuerzo y trabajo, poco a poco empezó a salir adelante, las cosas mejoraron, tuvo que abtenerse en algunas cosas para lograr otras, pero valió la pena, porque poco a poco iban despidiéndose de la pobreza.

Aquel cuartito en el que hacían espacio para que todos puedan dormir cómodos y calientitos, ahora es una casa de cuatro pisos, con nueve hijos profesionales que brindan a Estuardo y Martha alegrías y bendiciones trayendo al mundo nietos y bisnietos.

La multiplicidad que se está dando en la familia de Estuardo, se refleja también en su estabilidad económica, es ahora cuando puede disponer sin privarse de nada.


Las ollas del hogar son inmensas y por eso que día a día con cada invitado que llega a la acogedora casa, siempre un plato en la mesa lo espera como bienvenida, y es que donde comen cinco comen seis.

sábado, 9 de mayo de 2009

Un tesoro en el Jirón Bolívar

Las calles del centro de la ciudad aún están tranquilas, son aproximadamente las ocho de la mañana y los mendigos son pan de cada día, éstos ignorados por la sociedad van en busca de un refugio ¿Dónde está Dios? con esa pregunta, la imagen de la iglesia San Agustín se hace más clara, pero el claxon de los carros perturba la contemplación de tal majestuosidad.



Las generaciones pasadas disfrutaron de cultos y no se puede dejar pasar la oportunidad de conocer la herencia material y espiritual.

La Iglesia San Agustín de Trujillo es una herencia que dejó el grupo religioso “Los Agustinos”, quienes llenos de fe fundaron el convento en 1558.

La portada de la iglesia es la más fina, su altar mayor es un exquisito estilo barroco. Lo que más destaca son los murales que representan a los apóstoles. La iglesia San Agustín es considerada la mejor pieza religiosa del arte trujillano del siglo XVIII.

Quién diría que aún existía fe. Cada vez llegan más personas, una tras otra ingresan a la iglesia, los vendedores ambulantes pretenden hacer su agosto y los mendigos suplican por una moneda.

¿Cómo no apoyarlos si están acudiendo a la casa de Dios?, no pueden contradecirse, así que se desprenden de sus monedas. “Que Dios te bendiga hermano”, es la frase con la que el mendigo agradece a tan misericordioso personaje.

Los primeros benefactores del Convento fueron el capitán Juan de Sandoval y Florencia de Valverde. Ellos, con sus corazones solidarios y desinteresados, cumplieron esta labor y la obra fue concluida en 1603. Dedicando cada minuto de su existencia a esta misión.

Los terremotos de los años 1619, 1759 y 1770 destruyeron gran parte de la Iglesia y también los corazones de sus fieles seguidores, pero inmediatamente fueron reconstruidos con fe, voluntad y esfuerzo.

La religión y la representación de ésta, es, sin duda, sinónimo de paz y tranquilidad, pero, ¿Qué pasa cuando esa tranquilidad es perturbada?, no es acaso que éste debería ser un lugar donde las personas puedan encontrarse a sí mismas y fusionarse con Dios.

Iglesia San Agustín perturbada por el caos vehicular, mendicidad y vendedores ambulantes

En las intersecciones de Bolívar y Orbegoso el caos vehicular es insoportable, los vendedores ambulantes han hecho de las afueras de la iglesia un centro de lucro y los mendigos aprovechan la fe cristiana para tener sus ganancias.

Es aún más sorprendente, que la policía no haga nada al respecto, y que sólo un semáforo soporte este caos. El orden con respecto al comercio ambulatorio parece que ya se les olvido a las autoridades.

Ante esto el Párroco de la Iglesia San Agustín, José Luis Álvarez, comentó que en más de una oportunidad se solicitó a las autoridades que hagan algo con el orden y el caos vehicular en las afueras de la iglesia, pero que parece no importarles, porque no hacen nada.

El sol empieza a calentar, las puertas de la Iglesia están abiertas. Antes de entrar, las personas se detienen por unos minutos ante la imagen de los santos ubicados al lado derecho de la entrada. Unos miran la imagen fijamente sin mover los labios, pero con una expresión de tener el corazón acongojado y humillado que pronuncia mil palabras por segundo. Otros en cambio, inclinan sus rostros, cierran sus ojos y mueven los labios, entrando en comunión con Dios. Luego de una breve oración colocan sus limosnas.




“Está mal que las autoridades no hagan nada con todo este caos que se presenta en las puertas de una de las iglesias más representativas de nuestro Trujillo, si bien es cierto que la fe puede mucho más, pero deberían tomarse un tiempo para que el refugio de tantas personas que van en busca de Dios, sea un ambiente tranquilo”, dijo una de las fieles de la iglesia San Agustín, Dora Gaspar Dávalos.

Es irónico que la iglesia que lleva el nombre del Obispo de Hopina, San Agustín, a quien se le considera el gran doctor de la iglesia occidental y uno de los cuatro grandes fundadores de las órdenes religiosas del mundo no sea signo de paz en la alabanza a Dios.

“Las actuaciones que se hacen en la Plaza de Armas también es un gran distractor para nuestros fieles, que concentrados en sus oraciones son interrumpidos, esto es lo que tenemos que pasar por estar en el centro de la ciudad”, sentenció el párroco Álvarez.


En menos de cinco minutos el laberinto por una manifestación en la Plaza se dejó escuchar hasta la iglesia.

El sol cada vez es más sofocante y estresante, un pobre anciano es víctima del amigo de lo ajeno en plena vía pública, este personaje no dio tiempo para que ninguna de las personas presentes pudiera hacer algo para ayudar al desprotegido anciano, quién con la mirada perdida entra a la iglesia, mientras algunas personas lo quedan mirando con lástima.


¿Qué pasa con el orden y la seguridad en la ciudad? ésta es una de las interrogantes que tiene más de una persona, es acaso que tantos hombrecitos vestidos de azul están por las puras en las calles trujillanas.

Poco a poco todo se va deteriorando y es momento de detenerse a pensar que se está haciendo con las herencias culturales y religiosas. La cultura heredada por nuestros antepasados debe seguir conservándose no sólo en su buen cuidado de la infraestructura sino en la fe de sus fieles.





Todo está más tranquilo, el ambiente de la iglesia es cálido, es como estar en casa, cobijado en los brazos de la madre.


El grito de un niño es signo de que ya le están bautizando, las fotos no se hacen esperar. El tumulto cada vez es más grande, a estas familias le acompañan otras personas que arrodilladas en las bancas de madera rezan, parece que nada puede interrumpirles.

El sonido del claxon de los carros está disminuyendo, ya es casi el medio día, es hora de comer, todo está más tranquilo.

En la entrada de la iglesia un mendigo grita pidiendo a Dios misericordia, dos señoras se apiadan de él y le dan algo de comer, ahora el hombre parece más tranquilo, como dicen “barriga llena, corazón contento”.

La iglesia Católica aún está de pie, a pesar de la incorporación de muchas iglesias en el nuevo mundo, la fe de los cristianos está en aumento, ya que se retomó aquella parte que antes se había dejado de lado, en el olvido.

La Iglesia San Agustín es y seguirá siendo un tesoro para valorar y en el que todos forman parte.

“La fe mueve montañas”, las mueve pero con más facilidad sino hay un caos frente a ella.